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sábado, 9 de octubre de 2010

MI CRIMEN FAVORITO





AMBROSE BIERCE - MI CRIMEN FAVORITO



Después de haber asesinado a mi padre en circunstancias singularmente atroces,
fui arrestado y enjuiciado en un proceso que duró siete años. Al exhortar al
jurado, el juez de la Corte de Absoluciones señaló que el mío era uno de los más
espantosos crímenes que había tenido que juzgar.
A lo que mi abogado se levantó y dijo:
-Si Vuestra Señoría me permite, los crímenes son horribles o agradables sólo por
comparación. Si conociera usted los detalles del asesinato previo de su tío que
cometió mi cliente, advertiría en su último delito (si es que delito puede
llamarse) una cierta indulgencia y una filial consideración por los sentimientos
de la víctima. La aterradora ferocidad del anterior asesinato era verdaderamente
incompatible con cualquier hipótesis que no fuera la de culpabilidad, y de no
haber sido por el hecho de que el honorable juez que presidió el juicio era el
presidente de la compañía de seguros en la que mi cliente tenía una póliza
contra riesgos de ahorcamiento, es difícil estimar cómo podría haber sido
decentemente absuelto. Si Su Señoría desea oírlo, para instrucción y guía de la
mente de Su Señoría, este infeliz hombre, mi cliente, consentirá en tomarse el
trabajo de relatarlo bajo juramento.
El Fiscal del Distrito dijo: -Me opongo, Su Señoría. Tal declaración podría ser
considerada una prueba, y los testimonios del caso han sido cerrados. La
declaración del prisionero debió presentarse hace tres años, en la primavera de
1881.
-En sentido estatutario -dijo el juez- tiene razón, y en la Corte de Objeciones
y Tecnicismos obtendría un fallo a su favor. Pero no en una Corte de
Absoluciones. Objeción denegada.
-Recuso -dijo el Fiscal de distrito.
-No puede hacerlo- contestó el Juez-. Debo recordarle que para hacer una
recusación debe lograr primero transferir este caso, por un tiempo, a la Corte
de Recusaciones, en una demanda formal, debidamente justificada con
declaraciones escritas. Una demanda a ese efecto, hecha por su predecesor en el
cargo, le fue denegada por mí durante el primer año de este juicio. Oficial,
haga jurar al prisionero.
Habiendo sido administrado el juramento de costumbre, hice la siguiente
declaración, que impresionó tanto al juez debido a la comparativa trivialidad
del delito por el cual se me juzgaba, que no buscó ya circunstancias atenuantes,
sino que, sencillamente, instruyó al jurado para que me absolviera. Así abandoné
la corte sin mancha alguna sobre mi reputación.
"Nací en 1856 en Kalamakee, Michigan, de padres honestos y honrados, uno de los
cuales el Cielo ha perdonado piadosamente, para consuelo de mis últimos años. En
1867, la familia llegó a Califorma y se estableció cerca de Nigger Head,
estableciendo una empresa de salteadores de caminos que prosperó más allá de
cualquier sueño de lucro. Mi padre era entonces un hombre reticente y
melancólico, y aunque su creciente edad ha relajado un poco su austera
disposición, creo que nada, fuera del recuerdo del triste episodio por el que
ahora se me juzga, le impide manifestar una genuina hilaridad.
"Cuatro años después de haber puesto en servicio nuestra empresa de salteadores,
llegó hasta allí un predicador ambulante, que no teniendo otra manera de pagar
el alojamiento nocturno que le dimos, nos favoreció con una exhortación de tal
fuerza que, alabado sea Dios, nos convertimos todos a la religión. Mi padre
mandó llamar inmediatamente a su hermano, el Honorable William Ridley, de
Stockton, y apenas llegó le entregó el negocio, sin cobrarle nada por la
licencia ni por la instalación... esta última consistente en un rifle
Winchester, una escopeta de caño recortado y un juego de máscaras fabricados con
bolsas de harina. La familia se trasladó entonces a Ghost Rock y abrió una casa
de baile. Se le llamó "La Gaita del Descanso de los Santos", y cada noche la
cosa empezaba con una plegaria. Fue aquí donde mi ahora santa madre adquirió el
apodo de "La Morsa Galopante".
"En el otoño del '75 tuve ocasión de visitar Coyote, en el camino a Mahala y
tomé la diligencia en Ghost Rock. Había otros cuatro pasajeros. A unas tres
millas más allá de Nigger Head, unas personas que identifiqué como mi tío
William y sus dos hijos, detuvieron la diligencia. No encontrando nada en la
caja del expreso, registraron a los pasajeros. Actué honorablemente en el
asunto, colocándome en fila con los otros, levantando las manos y permitiendo
que me despojaran de cuarenta dólares y un reloj de oro. Por mi conducta nadie
pudo haber sospechado que conocía a los caballeros que daban la función. Unos
días después, cuando fui a Nigger Head y pedí la devolución de mi dinero y mi
reloj, mi tío y mis primos juraron que no sabían nada del asunto y afectaron
creer que mi padre y yo habíamos hecho el trabajo, violando deshonestamente la
buena fe comercial. El tío William llegó a amenazar con poner una casa de baile
competidora en Ghost Rock. Como "El Descanso de los Santos" se había hecho muy
impopular, me di cuenta de que esto sin duda alguna terminaría por arruinarla y
se convertiría para ellos en una empresa de éxito, de modo que le dije a mi tío
que estaba dispuesto a olvidar el pasado si consentía en incluirme en el
proyecto y mantener el secreto de nuestra sociedad ante mi padre. Rechazó esta
justa oferta, y entonces advertí que todo sería mejor y más satisfactorio si él
estuviera muerto.
"Mis planes para ese fin se vieron pronto perfeccionados y, al comunicárselos a
mis amados padres, tuve la satisfacción de recibir su aprobación. Mi padre dijo
que estaba orgulloso de mí y mi madre prometió, que aunque su religión le
prohibiera ayudar a quitar vidas humanas, tendría yo la ventaja de contar con
sus plegarlas para mi éxito. Como medida preliminar con miras a mi seguridad en
caso de descubrimiento, presenté una solicitud de socio en esa poderosa orden,
los Caballeros del Crimen, y a su debido tiempo fui recibido como miembro de la
comandancia de Ghost Rock. Cuando terminó mi noviciado, se me permitió por
primera vez inspeccionar los registros de la Orden y saber quién pertenecía a
ella, ya que todos los ritos de iniciación se habían llevado a cabo
enmascarados. ¡Imaginen mi sorpresa cuando mirando la nómina de asociados
encontré que el tercer nombre era el de mi tío, que en realidad era
vicecanciller adjunto de la Orden! Era ésta una oportunidad que excedía mis
sueños más desenfrenados: ¡al asesinato podía agregar la insubordinación y la
traición! Era lo que mi buena madre hubiera llamado "un regalo de la
Providencia".
"Por entonces ocurrió algo que hizo que mi copa de júbilo, ya llena, desbordara
por todos lados en una cascada de bienaventuranzas. Tres hombres, extranjeros en
esa localidad, fueron arrestados por el robo a la diligencia en el que yo había
perdido mi dinero y mí reloj. Fueron enjuiciados y, a pesar de mis esfuerzos
para absolverlos e imputar la culpa a tres de los más respetables y dignos
ciudadanos de Ghost Rock, se los declaró culpables en base a las pruebas más
evidentes. El asesinato de mi tío sería ahora tan injustificable e irrazonable
como podía desearse.
"Una mañana me puse el Winchester al hombro y, yendo a casa de mi tío, cerca de
Nigger Head, le pregunté a mi tía Mary, su esposa, si estaba él en casa,
agregando que había venido a matarle. Mi tía replicó, con su peculiar sonrisa,
que tantos caballeros lo visitaban con esa intención y que después se iban sin
haberlo logrado, que yo debía disculparla por dudar de mi buena fe en el asunto.
Dijo que yo no daba la impresión de ir a matar a nadie, así que, como prueba de
buena fe, levanté mi rifle y herí a un chino que pasaba frente a la casa. Ella
dijo que conocía familias enteras que podían hacer cosas semejantes, pero que
Bill Ridley era caballo de otro pelo. Dijo, sin embargo, que lo encontraría al
otro lado del estero, en el solar de las ovejas, y agregó que esperaba que
ganara el mejor.
"Mi tía Mary era una de las mujeres más imparciales que he conocido.
"Encontré a mi tío arrodillado, esquilando una oveja. Viendo que no tenía a mano
rifle ni pistola no tuve ánimo para disparar, así que me acerqué, lo saludé
amablemente y le di un buen golpe en la cabeza con la culata del rifle. Tengo
buena mano y el tío William cayó sobre un costado, se dio vuelta sobre la
espalda, abrió los dedos y tembló. Antes de que pudiera recobrar el uso de sus
miembros, cogí el cuchillo que él había estado usando y le corté los tendones.
Ustedes saben, sin duda, que cuando se cortan los tendones de aquiles, el
paciente pierde el uso de su pierna; es exactamente igual que si no tuviera
pierna. Bien, le seccioné los dos y cuando revivió estaba a mi disposición. Tan
pronto como comprendió la situación, dijo:
"-Samuel, has conseguido vencerme y puedes permitirte ser generoso. Sólo quiero
pedirte una cosa, y es que me lleves a mi casa y me liquides en el seno de mi
familia.
"Le dije que consideraba éste un pedido perfectamente razonable y que así lo
haría si me permitía meterlo en una bolsa de trigo; sería más fácil llevarlo de
esa manera y si los vecinos nos vieran en camino provocaría menos comentarios.
Estuvo de acuerdo y yendo al granero traje una bolsa. Esta, sin embargo, no le
iba bien; era muy corta y mucho más ancha que él, así que le doblé las piernas,
le forcé las rodillas contra el pecho y así lo metí, atando la bolsa sobre su
cabeza. Era un hombre pesado e hice todo lo posible por ponérmelo a la espalda,
pero anduve a los tumbos un trecho hasta que llegué a una hamaca que algunos
chicos habían colgado de la rama de un roble. Aquí lo deposité en el suelo y me
senté sobre él a descansar; y la vista de la soga me proporcionó una feliz
inspiración. A los veinte minutos, mi tío, siempre en la bolsa, se hamacaba
libremente en alas del viento.
"Yo había descolgado la soga y atado un extremo en la boca de la bolsa, pasando
el otro por la pierna, levantándole a unos cinco pies del suelo. Atando el otro
extremo de la soga también alrededor de la boca de la bolsa, tuve la
satisfacción de ver a mi tío convertido en un hermoso y gran péndulo. Debo
agregar que él no estaba totalmente al tanto de la naturaleza del cambio que
había experimentado en relación con el mundo exterior, aunque en justicia al
recuerdo del buen hombre, debo decir que no creo que en ningún caso hubiera
dedicado demasiado tiempo a un vano agradecimiento.
"El tío William tenía un carnero que era famoso como luchador en toda la región.
Vivía en estado de indignación constitucional crónica. Algún profundo desengaño
de su vida anterior le había agriado el carácter y había declarado la guerra al
mundo entero. Decir que embestía cualquier cosa accesible es expresar muy
levemente la naturaleza y alcance de su activdad militar: el universo era su
rival, sus métodos los de un proyectil. Luchaba como los ángeles con los
demonios: en medio del aire, hendiendo la atmósfera como un pájaro, describiendo
una curva parabólica y descendiendo sobre su víctima en el ángulo justo de
incidencia que más rendía a su velocidad y su peso. Su impulso, calculado en
toneladas cúbicas, era algo increíble. Se lo había visto destrozar un toro de
cuatro años con un solo golpe dado en la nudosa frente del animal. No se conocía
cerco de piedra que resistiera la fuerza de su golpe descendente; no había
árboles bastante pesados para aguantarlo: los convertía en astillas y profanaba
en la oscuridad el honor de sus hojas. Este bruto irascible e implacable, este
trueno encarnado, este monstruo de los abismos, había visto yo que descansaba a
la sombra de un árbol adyacente, sumido en sueños de conquistas y de gloria. Con
miras de atraerlo al campo del honor, suspendí a su amo de la manera descrita.
"Completados los preparativos, impartí al péndulo de mi tío una suave oscilación
y, retirándome a cubierto de una piedra contigua, lancé un largo grito
estridente cuya nota final decreciente se ahogaba en un ruido como el de un gato
protestando, ruido que emanaba de la bolsa. Instantáneamente el formidable lanar
se paró sobre sus patas y comprendió la situación militar de un vistazo. En
pocos minutos más se había acercado piafando hasta unos cincuenta metros de
distancia del oscilante enemigo, que, ora avanzando, ora retirándose, parecía
invitarlo a la riña. De pronto vi la cabeza de la bestia inclinada hacia tierra
como abatida por el peso de sus enormes cuernos; luego el carnero se prolongó en
una franja confusa y blanca directamente dirigida desde ese lugar,
horizontalmente en dirección a un punto situado a unos cuatro metros por debajo
del enemigo. Allí golpeó vivamente hacia arriba y, antes de que se hubiera
borrado de mi mirada el lugar de donde había arrancado, oí un terrible porrazo y
un grito desgarrador, y mi pobre tío fue disparado hacia adelante con un cabo
suelto más alto que el miembro al que estaba atado. Aquí la soga se puso tensa
de un tirón, deteniendo su vuelo y fue enviado atrás otra vez, describiendo, sin
resuelto, una curva de arco. El carnero se había caído -un indescriptible montón
de patas, lanas y cuernos-, pero rehaciéndose y esquivando el vaivén descendente
de su antagonista, se retiró sin orden ni concierto, sacudiendo alternativamente
la cabeza o pateando con sus patas traseras. Cuando había retrocedido a más o
menos la misma distancia que la que había usado para asestar el golpe, se detuvo
nuevamente, inclinó la cabeza como en una plegaria por la victoria y otra vez
salió disparado hacia adelante, confusamente visible como antes, un prolongado
rayo blanquecino, con monstruosas ondulaciones y terminado en un vivo ascenso.
Esta vez el curso del ataque dio en el ángulo exacto, comparado con el primero,
y la impaciencia del animal era tan grande que golpeó al enemigo antes de que
éste llegara al punto más bajo del arco. En consecuencia, mi tío empezó a volar
dando círculos horizontales de un radio igual a la mitad de la longitud de la
soga, que he olvidado decirlo, era de unos seis metros de largo. Sus alaridos,
crescendo al ir hacia adelante y diminuendo al retroceder, hacían que la rapidez
de sus revoluciones fuera más evidente para el oído que para la vista. Era
evidente que aún no había recibido ningún golpe vital. La postura que tenía
dentro de la bolsa y la distancia del suelo a que estaba colgado, obligaban al
carnero a dedicarse a sus extremidades inferiores y al final de su espalda. Como
una planta cuyas raíces han encontrado un mineral venenoso, mi pobre tío se iba
muriendo lentamente hacia arriba.
"Después de asestar el segundo golpe, el carnero no había vuelto a retirarse. La
fiebre de la batalla ardía fogosamente en el corazón del animal, su cerebro
estaba ebrio del vino de la contienda. Como un púgil que en su ira olvida sus
habilidades y pelea sin efectividad a distancia de medio brazo, la bestia
enfurecida se empeñaba por alcanzar su volante enemigo cuando pasaba sobre ella,
con torpes saltos verticales, consiguiendo a veces, en realidad, golpearlo
débilmente, pero las más de las veces caía a causa una ansiedad mal dirigida.
Pero a medida que el ímpetu se fue agotando y los círculos del hombre fueron
disminuyendo en tamaño y velocidad, acercándolo más al suelo, esta táctica
produjo mejores resultados, produciendo una superior calidad de alaridos que
disfruté plenamente.
"De pronto, como si las trompetas hubieran tocado tregua, el carnero suspendió
las hostilidades y se marchó, frunciendo y desfrunciendo pensativamente su gran
nariz aguileña, arrancando distraídamente un manojo de pasto y masticándolo con
lentitud. Parecía cansado de las alarmas de la guerra y resuelto convertir la
espada en reja de arado para cultivar las artes de la paz. Siguió firmemente su
camino, apartándose del campo de la fama, hasta que ganó una distancia de cerca
de un cuarto de milla. Allí se detuvo, de espaldas al enemigo, rumiando su
comida y en apariencia dormido. Observé, sin embargo, un giro ocasional, muy
leve de la cabeza, como si su apatía fuera más afectada que real.
"Entretanto los alaridos del tío William habían menguado junto con sus
movimientos, y sólo provenían de él lánguidos y largos quejidos, y a grandes
intervalos mi nombre, pronunciado en tonos suplicantes, sumamente agradables a
mi oído. Evidentemente el hombre no tenía la más leve idea de lo que le estaba
ocurriendo y estaba nefablemente aterrorizado. Cuando la Muerte llega envuelta
en su capa de misterio es realmente terrible. Poco a poco las oscilaciones de mi
tío disminuyeron y finalmente colgó sin movimiento. Fui hacia él, y estaba a
punto de darle el golpe de gracia, cuando oí y sentí una sucesión de vivos
choques que sacudieron el suelo como una serie de leves terremotos, y,
volviéndome en dirección del camero, ¡vi acercárseme una gran nube de polvo con
inconcebible rapidez y alarmante efecto! A una distancia de treinta metros se
detuvo en seco y del extremo más cercano ascendió por el aire lo que primero
tomé por un gran pájaro blanco. Su ascenso era tan suave, fácil y regular que no
pude darme cuenta de su extraordinaria celeridad y me perdí en la admiración de
su gracia. Hasta hoy me queda la impresión de que era un movimiento lento,
deliberado, como si el carnero -porque tal era el animal- hubiera sido elevado
por otros poderes que los de su propio ímpetu y sostenido en las sucesivas
etapas de su vuelo con infinita ternura y cuidado. Mis ojos siguieron sus
progresos por el aire con inefable placer, mayor aún por contraste, con el
terror que me había causado su acercamiento por tierra. Hacia arriba y hacia
adelante navegaba, la cabeza casi escondida entre las patas delanteras echadas
hacia atrás, y las posteriores estiradas, como una garza que se remonta.
"A una altura de trece a quince metros, según pude calcular a ojo, llegó a su
zenit y pareció quedar inmóvil por un instante; luego, inclinándose
repentinamente hacia adelante, sin alterar la posición relativa de sus partes,
se lanzó hacia abajo en pendiente con aumentada velocidad, pasó muy próximo a
mí, por encima mío con el ruido de una bala de cañón y golpeó a mi pobre tío
casi exactamente en la punta de la cabeza. ¡Tan espantoso fue el impacto que no
sólo rompió el cuello del hombre sino que también la soga, y el cuerpo del
difunto, lanzado contra el suelo quedó aplastado como pulpa bajo la horrible
frente del meteórico carnero! La sacudida detuvo todos los relojes desde Lone
Hand a Dutch Dan, y el profesor Davidson, distinguida autoridad en asuntos
sísmicos, que se encontraba en la vecindad, explicó de inmediato que las
vibraciones fueron de norte a sudeste.
"Sin excepción, no puedo dejar de pensar que en punto a atrocidad artística, mi
asesinato del tío William ha sido superado pocas veces."

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